El toma de posesión de Nicolás Maduro El viernes pasado marca el comienzo de un nuevo capítulo para Venezuela, marcado por profundas heridas socioeconómicas. La actual crisis financiera (posiblemente la mayor fuente de descontento de la población) persiste a pesar de una modesta reactivación del consumo. La crisis y el conflicto político siguen entrelazados, y después de una década de gobernanza catastrófica y crecientes tensiones entre el partido gobernante y la oposición, el gobierno de Maduro enfrenta ahora un período especialmente turbulento.

Las pruebas de fraude electoral, que Maduro no ha podido refutar de manera convincente, han mayor presión internacional. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea han intensificado las sanciones y Maduro se prepara para una nueva ola de aislamiento. Como en el pasado, es probable que este aislamiento exacerbe las luchas económicas de la nación.

El inicio del nuevo mandato de Maduro sigue a tres años de recuperación económica moderada, una mejora relativa considerando las profundidades de las que ha emergido Venezuela. Esta recuperación fue precedida por una contracción económica histórica que alteró drásticamente el panorama de la nación durante la última década. En medio de esta crisis económica sin precedentes, exacerbada por el aislamiento político del chavismo, en 2020, el gobierno de Maduro comenzó a distanciarse de la ortodoxia estatista esbozada en el Plan Patriasu programa económico emblemático. En lugar de ello, adoptó una serie de reformas orientadas al mercado en un esfuerzo por estabilizar la economía.

La dolarización parcial del sistema monetario, la introducción de nuevas políticas cambiarias y fiscales, una postura más favorable a las empresas y un cambio en el tratamiento del capital internacional han llevado a una reducción de la inflación interanual, una recuperación de las compras poder y cierta mejora en el comercio. Sin embargo, el daño al tejido productivo y social de Venezuela ya estaba hecho. El colapso socioeconómico experimentado entre 2014 y 2020, durante la presidencia de Maduro, asestó un golpe devastador al marco económico de la nación. Este trauma ha dejado a muchos venezolanos luchando por recuperarse completamente de sus efectos de largo alcance.

Durante los años de estrictos controles económicos, adquisiciones de empresas, conflictos con el capital y burocratización excesiva, la economía de Venezuela se contrajo en más del 80%. El sector industrial local fue diezmado y ahora opera a sólo el 30% de su capacidad. Miles de empresas quebraron. Una ola de nacionalizaciones socavó gravemente la capacidad del país para responder a los desafíos económicos. La hiperinflación, que alcanzó su punto máximo astronómico 9.500% en 2019causó estragos en la economía, devastando la estabilidad financiera de millones de personas. Mientras tanto, la industria petrolera, que alguna vez fue la columna vertebral de la economía de Venezuela, colapsó bajo el peso de una política de tipo de cambio fijo y corrupción generalizada en la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). La pobreza de ingresos se duplicó y ahora afecta aproximadamente al 80% de la población, según la Academia Venezolana de Ciencias Económicas (ANCE).

Según la ANCE, el nivel actual de pobreza de ingresos en Venezuela es 2,6 veces mayor que el promedio latinoamericano. La distribución del ingreso también es una de las más desiguales de la región: el 10% más rico controla el 37% del ingreso del país.

La crisis de la década pasada dejó profundas cicatrices: los salarios fueron diezmados, los precios se dispararon, la escasez de bienes esenciales se generalizó y los servicios públicos se deterioraron dramáticamente. Este colapso desencadenó un éxodo masivo de millones de venezolanos, muchos de los cuales huyeron del país a pie en busca de refugio en América del Sur.

En 2015, el Banco Central de Venezuela, bajo control de Maduro, dejó de publicar datos económicos mensuales. La censura de los medios también empeoró. La popularidad del partido gobernante, que comenzó a declinar en 2014, no se ha recuperado desde entonces. En 2019 y 2020, la economía nacional mostró métricas comparables a las de una nación devastada por la guerra, con un PIB que se contrajo en una asombrosa cifra de 30 puntos porcentuales, según estimaciones de firmas consultoras privadas.

Los programas populares de asistencia social creados por el gobierno chavista (como la iniciativa de salud preventiva Barrio Adentro, el programa de transferencia de bienes Mi Casa Bien Equipada, los mercados de alimentos baratos de Mercal y los Centros de Diagnóstico Integral asistidos por Cuba) colapsaron durante la crisis, en gran parte debido a a una corrupción generalizada entre los funcionarios del gobierno.

El salario mínimo mensual, tradicionalmente de alrededor de 400 dólares, ha caído a sólo 3 dólares. El gobierno proporciona bonificaciones periódicas cada cuatro semanas, pero sin beneficios retroactivos, estas sólo elevan el salario mínimo efectivo a 150 dólares al mes.

En 2016 se introdujeron sanciones internacionales, en particular por parte de Estados Unidos, en respuesta a la crisis política impulsada por el descontento popular. Estas sanciones restringieron significativamente la capacidad de Maduro para explorar opciones comerciales alternativas o revitalizar la industria petrolera. La búsqueda global de nuevos mercados, impulsada por la guerra de Rusia en Ucrania, fomentó un período de cautelosa distensión entre Caracas y Washington, que condujo a una modesta reactivación del sector petrolero. Sin embargo, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, es probable que las sanciones al petróleo venezolano se endurezcan aún más.

Los ingresos nacionales, que dependen en gran medida de la extracción de petróleo crudo, alcanzaron un punto crítico bajo en la última década, con una producción que cayó de casi 3 millones de barriles por día a solo 300.000 en 2019. Hoy, después de importantes desafíos, la producción se acerca lentamente a la marca del millón. de nuevo.

Desde 2016, por primera vez en su historia, las remesas de los emigrantes se han convertido en una fuente importante de ingresos fiscales venezolanos. El éxodo de entre siete y ocho millones de personas, según estimaciones de las Naciones Unidas, representa un acontecimiento sin precedentes en la historia reciente de América Latina, que pone de relieve la gravedad del colapso económico de Venezuela y la erosión de los derechos políticos de sus ciudadanos. A pesar de implementar medidas como el racionamiento de alimentos basado en el último dígito de la cédula de identidad de cada ciudadano, el gobierno de Maduro se ha negado a reconocer su responsabilidad en la crisis o la existencia de una diáspora venezolana.

El desastroso desempeño de la administración chavista desencadenó un cambio político. En diciembre de 2015, la oposición venezolana logró una victoria decisiva en las elecciones parlamentarias, lo que conmocionó al chavismo. En respuesta, el chavismo actuó rápidamente para consolidar el control sobre todas las instituciones estatales. Esto llevó a la concentración absoluta del poder en manos de Maduro y un grupo selecto de leales, mientras el gobierno implementaba programas sociales destinados a mantener el apoyo chavista y construir redes de lealtad.

Maduro presentó el Carné de la Patria, documento que permite acceder a una serie de subsidios digitales, aunque los aportes ahora son mínimos, junto con las bolsas de alimentos CLAP, que forman parte de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Si bien la población sigue aceptando estas iniciativas, las encuestas muestran constantemente una fuerte caída de su popularidad. Sin embargo, cualquier ayuda sigue siendo insuficiente dado el colapso de la actividad productiva del país. Mientras tanto, los venezolanos enfrentan un período marcado por la incertidumbre política y la inminente inestabilidad económica.

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